En el terreno de juego hay muchos jugadores, pero sólo un portero por equipo. Son especiales, muchas veces se dice que están "locos", pero tienen una forma de ver el fútbol muy particular respecto al resto. Son los cancerberos.
El árbitro da el pítido inicial y comienza el juego. Los porteros
están preparados para que les llegue su primera intervención. Una
jugada que puede tardar minutos para que ocurra, pero para la que hay
que estar preparado, puesto que un error tan pronto puede modificar por
completo tanto el planteamiento de tu equipo de cara al partido como la
propia confianza del guardameta. En Mestalla, el pasado sábado, Toño,
el portero del Racing, erró en esa jugada a los 50 segundos del inicio,
ante un disparo de Pablo. El resultado: gol de Soldado tras el rechazo.
Las imágenes por televisión de su rostro delataban su preocupación,
aunque el rápido empate de su equipo disipó sus dudas y dejó el partido
de nuevo en tablas. Ese primer balón, en muchas ocasiones, es
clave. Es una acción que puede marcar el partido del cancerbero. Si lo
atrapa o realiza una buena intervención, su confianza aumentará en
grandes dimensiones y le ayudará a realizar una buena actuación. Si se
le escapa, pero no acaba en gol, se pueden alimentar las dudas en su
cabeza y dar pie a nuevos errores posteriores. Si además de errar, el
balón acaba en las mallas, no sólo crecerán las dudas sino que su
equipo se verá con un marcador en contra que le obligará a tomar más
riesgos. Por ello es tan importante la fortaleza mental y la
concentración del guardameta. Para que un simple error no pueda
comprometer su quehacer durante el resto del partido. Toño, el sábado,
pese a la derrota en los minutos finales, demostró tener esa actitud, y
acabó superando el error inicial para realizar una buena actuación que
puso contra las cuerdas al Valencia CF.
Cada mañana despertaba encerrado en un pequeño terreno, donde
compartía hogar con otros excompañeros suyos y se dedicaba a hacer las
mismas labores cansadas y rutinarias. Se trataba del campo de
concentración de Ashton-in-Makerfield, organizado por el Gobierno
británico para prisioneros nazis. Y es que Bert Trautmann había sido
miembro del batallón Odenwald de los paracaidistas de la Luftwaffe, y
había luchado en la II Guerra Mundial para la Alemania de Hitler. A
poco de finalizar la guerra cayó prisionero en manos británicas, y por
ello permanecía en aquel campo. Fue allí donde Trautmann empezó
a jugar a fútbol, de mediocampista. Hasta que un día se lesionó y pidió
jugar de portero. Empezó a destacar como guardameta. Tal vez, todo lo
aprendido como paracaidista le ayudaba. Su profesión militar le había
obligado a mantener una gran agilidad, una capacidad de decisión
instantánea y grandes dosis de concentración. Además, ¿en qué posición
del terreno de juego podría emplear mejor sus saltos? En aquellos
momentos también se vivía cierto grado de apertura en Ashton. Las
autoridades británicas intentaban reinsertar a los prisioneros con un
programa de reeducación, una especie de “desnazificación”. Una
vez terminó el período de prisionero, Trautmann decidió quedarse en Inglaterra
para continuar con su vida allí, y siguió jugando al fútbol. Fichó por
un equipo de segunda división, el Saint Helens Town. Destacó tanto, que
numerosos conjuntos de primera querían ficharlo… y el que se lo llevó
fue el Manchester City. De pronto, saltó al primer nivel y, por
supuesto, que hubiera sido un soldado nazi no le facilitaba las cosas.
Al principio fue vejado e insultado, hasta por los hinchas de su
equipo: “sanguinario nazi”, “criminal” o “Heil Hitler” eran algunas de
las lindezas que le recordaban. No obstante, los estadios prácticamente
se llenaban por la curiosidad de ver a aquel “prisionero nazi”.
Aguantó
con entereza los insultos, empezó a cuajar buenas actuaciones como
cancerbero y, poco a poco, se fue olvidando su pasado. Además, rehízo
su vida casándose con una mujer inglesa y amoldándose al estilo de vida
británico. Pero el punto culminante de su carrera futbolística
lo vivió en 1956. El Manchester City logró llegar a la final de la FA
Cup, ante el Birmingham City. Su equipo ganaba 3-1, quedaban 15 minutos
y sufrió un duro impacto en su cabeza con Murphy, jugador rival. Pese
el dolor, Trautmann continuó en el campo y aún obró un par de intervenciones
magistrales. Más tarde explicó que sólo veía una neblina, y que las
hizo por intuición. El dolor era lógico, pues tenía una vértebra del
cuello rota y otras cuatro dislocadas. Y, pese a eso, terminó el
partido para darle la victoria a los suyos. Ese mismo año, fue
nombrado mejor jugador de la temporada. Fue la primera vez que se le
daba tal mención a un futbolista extranjero. Todo un mito del fútbol
inglés, Bobby Charlton, señaló que era el mejor portero al que se había
enfrentado. Su trayectoria, mucho más tarde, tuvo un premio que era
inimaginable para quien había sido un soldado de la Alemania nazi: en
2004, la reina Isabel le nombró oficial del Imperio británico. Desde
luego, ya había sido perdonado.
En la temporada 2008-2009, el Valencia tenía problemas en la portería. Cañizares, que había sido apartado por el club el año anterior, había dejado su lugar al alemán Timo Hildebrand. Pero el germano no había cumplido con las expectativas en su primer curso, que tan sólo pudo limpiar con dos actuaciones prodigiosas ante el Barcelona, en las semifinales de la Copa del Rey, y ante el Real Madrid, en Liga. Así pues, había muchas dudas en su continuidad. Partió como titular, pero la confianza en él acabó muy pronto. Su debacle llegó en los dos primeros partidos. En la Supercopa ante el Real Madrid, en la que encajó seis goles en dos partidos, en los que en varios parecía que un portero de alto nivel debería haber hecho algo más.
A punto de empezar la Liga se incorporó el brasileño Renan, titular con Brasil en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008. Pero el carioca se mostró irregular en el primer tramo de la temporada. Cuando más empezaba a convencer a la afición valencianista, se lesionó en San Mamés, en un partido ante el Athletic de Bilbao, el 18 de enero. Aquel día debutó en Liga Guaita, pero el canterano no ofrecía aún las garantías suficientes a Emery. Y entre toda esta serie de carambolas, le llegó la nueva oportunidad a César Sánchez, a sus 37 años, que le transportaría a lo que podríamos describir como su “nueva juventud”.
Tan sólo dos días después de la lesión de Renan, que podía revestir cierta gravedad, el Valencia contrataba a César por lo que quedaba de temporada. Un guardameta veterano, que diera confianza, sin apenas coste. Era lo que buscaba la dirección che. Pero la afición no lo aceptó con entusiasmo. Era un exjugador del Real Madrid, club al que no se le tiene demasiado cariño en la grada valencianista. Y, además, el carácter de César, díscolo con el rival, con muchos aspavientos, solía provocar las iras de las aficiones rivales, y la de Mestalla no era una excepción.
Apenas llevaba unos días en la ciudad del Turia, y César tuvo que debutar en un dificilísimo partido de Copa del Rey, ante el Sevilla en el Sánchez Pizjuán, con el pase a las semifinales del torneo en juego. El Valencia perdió en el tiempo añadido con un gol de Squillaci, pero César tuvo una buena actuación. Y no fue la única, poco después una magnífica mano permitió a su equipo salvar dos puntos ante el Almería, y aún cosechó otras grandes intervenciones que le sirvieron para ganarse a pulso la renovación.
En la siguiente temporada ya desbordó todas las previsiones. Partió como suplente del recién fichado Moyà, pero pronto le arrebató el puesto. Realizó actuaciones espectaculares y sonadas como en Tenerife o en la Europa League ante el Werder Bremen, donde pese a encajar cuatro goles el Valencia logró el pase a la siguiente ronda. En tan sólo un año había logrado que la exigente afición de Mestalla pasara de tener dudas sobre él a llegar a cantar “César selección”.
Y todo ello lo logró con el trabajo y reinventándose a sí mismo. Pese a su edad, sus reflejos y su agilidad no se habían visto mermados, y en los mano a mano se mostraba inconmensurable. Una de sus cualidades que más brilló fue el achique de espacios en ese uno contra uno, en el que dejaba a los delanteros rivales casi sin hueco por donde meter el balón en la portería. Además, mejoró su juego aéreo, uno de sus talones de Aquiles, gracias a su gran experiencia.
Desgraciadamente, en la tercera temporada en Mestalla, las lesiones no le respetaron, y la irrupción de un magnífico Guaita, además del fichaje del brasileño Diego Alves, le han dejado sin sitio en el club de Mestalla. Pero el gran nivel demostrado en los últimos años le han servido para que otro equipo de Liga de Campeones (está en la eliminatoria previa), el Villarreal, se fije en él. A 65 kilómetros de Valencia, también a orillas del Mediterráneo, César tiene la oportunidad de mantener viva la que parece ser su “eterna juventud futbolística”, con casi 40 años.
Cuando un jugador de campo llega a la treintena de años se suele decir que no le queda mucho para retirarse. Pero si es un portero, nadie se atreve a decirlo. Y es que su posición en el campo, que exige un menor despliegue físico en primera instancia, le permite durar varias temporadas más en la elite. De hecho, muchos porteros llegan a su mejor momento por esa edad, y entre ellos hay uno al que le dieron por acabado varias veces y acabó volviendo a dar lo mejor de sí. Nacido en Coria (Cáceres), en 1971, él es César Sánchez. Con 39 años, y a unos días de cumplir los 40, César comienza ahora su quinta aventura en un equipo de la liga española con el Villarreal, aparte de su paso por el Tottenham inglés. Y eso que debutó a los 20 años, en 1992, cayendo con el Valladolid contra el FC Barcelona por 0-6. Parece que era un mal día para empezar, pero se sobrepuso a ello y defendió la portería del conjunto de Pucela durante el resto de la década, hasta el 2000. Y lo hizo de manera tan eficaz que acabó fichando por todo un Real Madrid, que se acababa de proclamar campeón de la Liga de Campeones, y que pagó 1.000 millones de pesetas por un guardameta.
En su primera experiencia en un club grande tuvo sus primeros problemas para alcanzar la titularidad. Pese a partir como suplente de un joven Iker Casillas, consiguió arrebatarle el puesto en el tramo final de su segunda temporada en el conjunto blanco, hasta llegar a comenzar de inicio la final de la Liga de Campeones ante el Bayer Leverkusen. Una desafortunada lesión en la segunda parte le impidió acabar el partido y le dio una nueva oportunidad a Casillas, que tampoco la desaprovechó. En las siguientes temporadas aprovechó los encuentros de Copa del Rey para continuar estando al primer nivel. En 2005 buscó un nuevo destino. Fichó por el Real Zaragoza, que acababa de volver a Primera División tras un breve paso por la categoría de plata. Emergió de nuevo como un referente en el club maño pese a que ya tenía 34 años. En sus tres temporadas en las filas del conjunto aragonés consiguió un subcampeonato de la Copa del Rey y la clasificación para la Copa de la UEFA. Pero no pudo acabar de la mejor forma su estancia allí… porque acabó descendiendo de nuevo a Segunda División, pese a contar con un equipo con Ayala, Aimar o Diego Milito entre otros.
A punto de cumplir los 37 años, se le daba prácticamente por retirado en España. Acababa de descender con el Zaragoza, pero en el mercado internacional seguía teniendo un cierto nombre. Tanto, que lo fichó el Tottenham inglés, que trataba de comenzar un proyecto que en pocas temporadas culminaría con su participación en la Liga de Campeones. Lo cierto es que César no era protagonista en los Spurs. Fue directo al banquillo, como suplente del brasileño Gomes, cuyo perfil de cancerbero de alta estatura respondía mejor a los habituales balones aéreos del fútbol inglés. Parecía que ya estaba en el ocaso de su carrera, pero pronto le llegaría una nueva oportunidad a orillas del Mediterráneo.
La pasada madrugada se disputó el último de los partidos de los
cuartos de final del Mundial sub-20. España y Brasil, dos de las
favoritas, se cruzaban. Y dentro de un dominio abrumador del equipo
español durante el partido, emergió una gran figura que lo
contrarrestó: Gabriel, el portero carioca. Pero lo que más llamaba la
atención no eran sus condiciones técnicas o físicas, que también las
demostraba, sino que en su forma de jugar rebosaba una gran confianza
en sí mismo. La actuación de un guardameta depende de muchos
factores. Desde luego, las condiciones físicas son claves para rendir
bien. Si no está bien preparado físicamente, nunca podrá llegar a ese
balón escorado. Pero la cantidad de balones esquinados que le llegan a
un portero en un partido no son tantos. A eso, hay que unir una
preparación técnica que le hará ganar uno o dos metros más en su rango
de actuación en el marco de la portería, y que le permitirá abortar
todavía más opciones de gol. Estos aspectos se trabajan diariamente en
los entrenamientos, y prácticamente doy por hecho que todos los
profesionales lo hacen de manera adecuada. La diferencia la marcan
otras características menos palpables a primera vista: la concentración
y la confianza.
La concentración siempre permitirá al portero
gozar de la mejor colocación posible, y si es la adecuada cubrirá el
mayor espacio posible de la portería. Pero además, también le permitirá
anticiparse al delantero e impedir que este pueda disparar,
desbaratando así una posible ocasión de gol. Es decir, dificultará, en
primer lugar, que se produzca el chut del atacante y, en segunda
instancia, que este pueda ser certero. Un reflejo de esta concentración
se puede ver en las salidas de los guardametas, ya sean por alto o a
por un balón entre la defensa y ellos. En cada plano en que salía
Gabriel anoche se le veía concentrado. Como muestra un botón. En los
instantes finales de los primeros 90 minutos, en dos contrataques
españoles, estuvo tan atento que impidió los posibles remates de Rodri
y Canales anticipándose fuera del área con los pies. Haber esperado un
poco más atrás le habría dejado vendido. Si a todo ello le
unimos una buena dosis de confianza, estamos ante la que va a ser una
magnífica actuación segura. Gabriel anoche la tenía. Fue casi
inexpugnable durante el encuentro. Pese a encajar dos goles, se
convirtió en la pesadilla de los atacantes españoles anticipándose al
peligro, rechazando varios mano a mano y siendo muy solvente en los
disparos de media distancia. Llegaron los penaltis y las cámaras lo
enfocaron. Ya se intuía. Hablaba con sus compañeros y aunque no lo
dijera con palabras, sus gestos sí lo delataban: “Tranquilos, que paro
más de uno”. Así fue: Gabriel paró los penaltis de Amat y Álvaro
Vázquez. Brasil se metió en semifinales. La confianza en sí mismo de
Gabriel fue clave.
En el año 2000, con tan solo 19 años, Iker Casillas ya era el
portero titular de todo un Real Madrid e incluso había conseguido
debutar con la selección española. Ya se vislumbraba que iba a ser un
guardameta que iba a marcar una época. Sin embargo, el camino aún iba a
presentar algunas dificultades en el año 2002, ante las que el azar y
su buena preparación iban a volver a ser protagonistas. Se trata de los
cinco minutos finales mágicos de Glasgow y el Mundial de Japón y Corea
de 2002. Durante el último tramo de la temporada 2001-2002,
Iker Casillas perdió la titularidad en el conjunto merengue. Vicente
del Bosque le otorgó su confianza a César Sánchez, que pasó a defender
la portería madridista cuando su equipo se jugaba la liga, la Copa del
Rey y la Liga de Campeones, en el año del centenario del club blanco.
En la competición doméstica las cosas no les fueron bien, y quedaron
terceros en la liga, por detrás del Valencia y el Deportivo de la
Coruña, y perdieron la final de la Copa del Rey en el Santiago Bernabéu
ante el propio Deportivo, en el llamado “Centenariazo”. Pero en la Liga
de Campeones, la constelación de estrellas reunida por Florentino
Pérez, encabezada por Zidane, Figo y Raúl, avanzaba con paso firme y se
plantó en la final. El estadio de Hampden Park, en Glasgow, era el escenario elegido
para que el Real Madrid y un sorprendente Bayer 04 Leverkusen se
disputaran el título más deseado de Europa. Ya en la segunda parte, con
2-1 en el marcador a favor de los blancos, César se da un golpe con
Lucio, defensa del Leverkusen, y se lesiona. En el minuto 67, Casillas,
que se recorta las mangas de su camiseta con unas tijeras justo antes
de salir, entra en el terreno de juego en el lugar de César. Durante
los últimos instantes del partido comienza un asedio por parte del
equipo alemán para lograr el empate que mandase la final a la prórroga,
pero Iker, con varias intervenciones de mucho mérito, evita el empate
en los que más tarde llamarían “los cinco minutos mágicos de Glasgow”.
Desde entonces, nunca perdió la titularidad en el Real Madrid.
Pero
ese mismo año 2002 el destino le guardaría otra sorpresa. José Antonio
Camacho le volvió a convocar con la selección española, esta vez para
el Mundial de Japón y Corea. Iría como suplente de Santiago Cañizares,
que mantenía un estado de forma envidiable. Durante la concentración
previa al torneo ocurrió una situación inesperada. En su habitación, a
Cañizares se le caía una botella de colonia en el pie, provocándole un
corte en un tendón. Este accidente privó al guardameta de Puertollano
de poder defender la portería de la selección y le abrió paso a
Casillas. Además, el de Móstoles cuajó una buena actuación, siendo
decisivo en la eliminatoria de octavos de final ante Irlanda, en la que
detuvo una pena máxima durante el partido y le dio el pase a cuartos a
su equipo en la posterior tanda de penaltis. A partir de ahí, la
portería de la selección es suya, habiendo batido el récord de
internacionalidades que pertenecía a otro cancerbero, Andoni
Zubizarreta.