En el terreno de juego hay muchos jugadores, pero sólo un portero por equipo. Son especiales, muchas veces se dice que están "locos", pero tienen una forma de ver el fútbol muy particular respecto al resto. Son los cancerberos.
Reglamento
en mano, Mateu Lahoz interpreta que Courtois abortó una ocasión
manifiesta de gol cometiendo falta dentro del área. Por tanto, acierta
con la expulsión. El debate no se debe encontrar en la decisión
arbitral, sino en si la normativa castiga en exceso la infracción
cometida. Iker Casillas, cancerbero madridista, lo dejó caer en sus
declaraciones a la prensa tras el encuentro: “La realidad es que hay unas personas que en un despacho dictaminan las normas y cuando es último hombre es penalti y expulsión. El problema es de esas personas que inventan normas”.
Las tarjetas rojas deben servir
principalmente para sancionar una acción violenta o peligrosa para el
físico del rival. En el caso de Courtois, el guardameta belga no puso
en peligro el físico de Benzema. Además, su reacción es instintiva para
intentar llegar al balón y despejarlo, no tiene la intención de
derribar al atacante. Si bien es cierto que impidió el gol cometiendo
falta, suficiente castigo debe ser el penalti, que con mucha
probabilidad terminará en gol, como así fue.
En definitiva,
Mateu Lahoz acertó en la aplicación del reglamento al pitar penalti y
expulsar a Courtois… pero, tal vez, lo que habría que hacer es
revisar el propio reglamento para que el castigo no sea tan grande.
La actuación de Koteles en Mestalla y el resultado que
se produjo son una buena muestra de que un portero debe estar
acompañado por todo el bloque del equipo. Si sus compañeros no saben
desenvolverse bien en tareas defensivas y no cierran los espacios al
rival de manera adecuada, por muy bien que se encuentre el cancerbero,
su equipo saldrá goleado. Y más aún cuando en el rival juegan
delanteros tan oportunos como Soldado o Jonas.
No obstante, el
guardameta magiar ha dejado buenas sensaciones en la temporada de su
debut en la Champions League. Pese a estar acostumbrado a jugar en
ligas europeas menores (tan sólo ha jugado en las ligas húngara, serbia
y belga), Koteles ha rallado a buen nivel y ha realizado dos grandes
actuaciones en esta edición de la máxima competición continental que le
han valido a su equipo para sumar dos puntos ante rivales de mucha
mayor entidad.
En la primera jornada, Koteles y su defensa
consiguieron desactivar a la misma línea ofensiva que ayer le hizo un
roto, y arrancaron un empate a cero que fue celebrado por la afición
como si de un título se tratara. El mismo éxtasis produjo el empate a
uno ante el Chelsea (los mismos “blues” le habían endosado cinco dos
semanas antes), en un choque en el que Koteles se volvió lucir e
incluso le detuvo un penalti a David Luiz. Ahora, al húngaro le queda
un último partido ante el Bayer 04 Leverkusen para limpiar la imagen de
su club, porque su honra, pese a las dos goleadas, está bien salvada.
Hasta hace poco, si un
nombre era sinónimo de récords en cuanto a longevidad en el fútbol
español, ese era Andoni Zubizarreta. El cancerbero alavés, además de
ser el internacional con más partidos en la selección fue el primer
futbolista en disputar más de 50.000 minutos en la primera división
española. En ese período, llegó a disputar cuatro Mundiales y dos
Eurocopas, y en su palmarés figuran 15 títulos (2 ligas, 1 Copa del Rey
y 1 Supercopa de España con el Athletic, y 6 ligas, 2 Copas del Rey, 1
Supercopa de España, 1 Copa de Europa, 1 Recopa y 1 Supercopa de Europa
con el Barcelona), además de un Trofeo Zamora. No obstante, su
despedida del fútbol no fue todo lo agradable que hubiera merecido
alguien con esos números.
No se trataba de un portero
mediático, ni sus acciones eran espectaculares. Sus principales
argumentos eran la sobriedad, la colocación y el dominio del juego
aéreo. Sin embargo, eran características que no vendían su imagen ni en
la prensa ni entre los aficionados. Y esa falta de consideración hacia
su trabajo fue clave para que no se le otorgara un trato justo a su
trayectoria en los dos momentos más críticos de su carrera.
El
18 de mayo de 1994, Zubizarreta jugaba su segunda final de la Copa de
Europa. Dos años antes, su equipo, el Barcelona, la había ganado en
Wembley, y se disponía a volver a hacerlo esta vez en Atenas frente al
Milan, en un partido en el que partía como favorito. El resultado final
fue nefasto. Los italianos pasaron por encima de los azulgrana y les
endosaron un doloroso 4-0. La primera víctima fue el propio Zubizarreta, al que a la mañana siguiente la directiva le comunicó que
no continuaría como portero culé. Era el inicio del desmantelamiento
del llamado “Dream Team”.
Pese a aquel duro golpe que le dio la
que había sido su casa durante ocho años, Zubizarreta continuó su
carrera en el Valencia y siguió contando con la confianza del
seleccionador Javier Clemente para liderar la portería nacional. Y fue
en sus últimos días con la selección en los que se consumó su retirada.
En el debut de la selección en el Mundial de Francia de 1998, España
cayó ante Nigeria por 3-2, y el tercer gol de las Águilas Verdes fue
obra del propio Zubizarreta en propia meta, al intentar atajar un
centro de Lawal. Esa derrota condicionó el devenir del equipo español
en la competición, de la que fue apeado en la primera fase, y también
el futuro profesional del guardameta vasco. Las críticas de periodistas
y aficionados se cebaron con él y, definitivamente, al acabar el
Mundial, decidió anunciar su retirada sin recibir la compasión ni el
reconocimiento de casi nadie. Una triste despedida para una brillante y
dilatada trayectoria.
Pese a
que el mérito del récord se ha enfocado principalmente en Víctor
Valdés, cabe recordar que para mantener esos números no sólo basta con
la actuación del guardameta. Si un sistema defensivo no está bien
engranado, un cancerbero, por muy buenas cualidades que tenga, no
conseguirá que su portería quede a cero, ya que en cada jugada en que
se enfrenta en solitario a un delantero suele partir en inferioridad de
condiciones. Hay que recordar que es el atacante quien lleva el balón y
sabe qué va a intentar hacer con él. Con ello, nunca hay que quitar
mérito al propio portero, porque siempre habrá situaciones que se le
escapen a la defensa en las que deberá ser suficientemente ágil e
inteligente para abortarlas.
En el caso del actual Barcelona,
además del propio Valdés, existen dos claves: la posesión del balón y
la posición en que éste se suele encontrar. El equipo de Guardiola
suele tener una posesión del esférico de entre un 65 y un 75 por
ciento. Este dato provoca que el rival, ya de por sí, tenga menos
posibilidades de atacar la portería que defiende Valdés. A su vez, la
forma de jugar del conjunto culé implica que el balón habitualmente
esté en campo contrario, en ataque. Además, en cuanto hay una pérdida,
sus jugadores lanzan una fuerte presión que les permite recuperarlo
fácilmente y en zonas de peligro. Y aún en caso de no robar rápido, hay
una distancia considerable hasta su área para o bien cortar la jugada o
achicar a los delanteros rivales.
No obstante, siempre puede
haber alguna jugada en la que todo ello falle, que son pocas, o a balón
parado, en las que Valdés ha venido demostrando su poderío durante los
últimos ocho partidos para contribuir, esta vez sí con protagonismo, a
la consecución de una nueva marca.
Habitualmente el portero tiene
ventaja en estas jugadas, ya que cuenta con la posibilidad de alzarse
sobre el resto con las manos. Sin embargo, ante la marabunta de
jugadores que se encuentran a su alrededor, cualquier pequeño tropezón
puede resultar fatal para sus intereses. Es más, muchos equipos colocan
a un jugador junto al guardameta para obstaculizarle sin que ello sea
considerado falta. Además, a veces el balón es lanzado al primer palo o
pasado al segundo, donde el portero no puede llegar, y se suele
propiciar una segunda jugada que le puede descolocar de su posición.
Ante todo ello, si se consigue un buen dominio de esta parcela, se le
otorga una confianza enorme a sus defensas, que deben luchar en el
salto de tú a tú con sus contrincantes. Y este tipo de jugadas con
balones aéreos colgados al área no se dan sólo en los córners, sino
también en cualquier falta lateral o incluso frontal. Incluso en el
tradicional fútbol británico, mandar un balón “a la olla” era un
recurso muy manido del que trataban de sacar rendimiento aquellos
conjuntos menos dotados técnicamente.
Para poder solventarlos
con acierto son necesarias, sobre todo, dos condiciones: la colocación
y el desparpajo. Si se mantiene una buena colocación ante el primer
lanzamiento, el portero tendrá una mayor posibilidad de alcanzar el
balón. Mientras tanto, el desparpajo y la confianza son imprescindibles
para salir y alzarse a por el esférico entre todos los futbolistas que
permanecen en el área esperándolo. Asimismo, la altura y la potencia de
salto también ayudan, pero no llegan a ser determinantes, puesto que
cualquier guardameta con las manos alzadas debe llegar en su salto más
alto que un rival, que sólo puede golpear el balón con la cabeza.
No
obstante, la teoría es muy fácil decirla, pero en la práctica resulta
mucho más difícil aplicarla. Cada balón que se cuelga en el área es un
mundo, y si no que le pregunten a cualquier portero profesional. Una
buena muestra es que pocos porteros en el mundo consiguen dominar con
contundencia esta faceta del juego.
El
pasado martes esa desgracia la sufrió Diego López, el portero del
Villarreal, con un tanto que deja a su equipo al borde de la
eliminación en la Liga de Campeones. Hasta ese momento, el madrileño
había realizado una actuación sublime. Sus reflejos y su seguridad
habían hipnotizado a los jugadores del Manchester City, y habían
conseguido mantener en tablas el marcador, que aún dejaba con
suficiente vida a los suyos de cara a los próximos partidos de la
liguilla. En el minuto 91 parecía que podía llegar ese momento fatal.
Zabaleta, lateral del City, remataba de cabeza a bocajarro, dentro del
área, pero la figura de Diego López emergió una vez más para atrapar el
balón. Y todo ello pese a la velocidad de la jugada y el agua de la
lluvia que mojaba un balón ya resbaladizo. Pero un minuto más tarde,
llegó la fatídica jugada: el propio Zabaleta avanzó por la banda
derecha para colocar un centro raso al área que Silva tocaba de tacón
lo justo para que el Kun Agüero lo remachara a la red. La derrota se
consumaba sin tiempo para más.
Las cámaras enfocaron la
celebración eufórica de los jugadores del City, pero siempre se olvidan
del otro protagonista, el portero, que no había podido evitar la
derrota. Diego López permanecía asolado tras ver que todo su trabajo
sólo había servido para nadar hasta morir en la orilla. Posiblemente,
la peor sensación que le puede quedar a un guardameta.