En el terreno de juego hay muchos jugadores, pero sólo un portero por equipo. Son especiales, muchas veces se dice que están "locos", pero tienen una forma de ver el fútbol muy particular respecto al resto. Son los cancerberos.
Reglamento
en mano, Mateu Lahoz interpreta que Courtois abortó una ocasión
manifiesta de gol cometiendo falta dentro del área. Por tanto, acierta
con la expulsión. El debate no se debe encontrar en la decisión
arbitral, sino en si la normativa castiga en exceso la infracción
cometida. Iker Casillas, cancerbero madridista, lo dejó caer en sus
declaraciones a la prensa tras el encuentro: “La realidad es que hay unas personas que en un despacho dictaminan las normas y cuando es último hombre es penalti y expulsión. El problema es de esas personas que inventan normas”.
Las tarjetas rojas deben servir
principalmente para sancionar una acción violenta o peligrosa para el
físico del rival. En el caso de Courtois, el guardameta belga no puso
en peligro el físico de Benzema. Además, su reacción es instintiva para
intentar llegar al balón y despejarlo, no tiene la intención de
derribar al atacante. Si bien es cierto que impidió el gol cometiendo
falta, suficiente castigo debe ser el penalti, que con mucha
probabilidad terminará en gol, como así fue.
En definitiva,
Mateu Lahoz acertó en la aplicación del reglamento al pitar penalti y
expulsar a Courtois… pero, tal vez, lo que habría que hacer es
revisar el propio reglamento para que el castigo no sea tan grande.
La actuación de Koteles en Mestalla y el resultado que
se produjo son una buena muestra de que un portero debe estar
acompañado por todo el bloque del equipo. Si sus compañeros no saben
desenvolverse bien en tareas defensivas y no cierran los espacios al
rival de manera adecuada, por muy bien que se encuentre el cancerbero,
su equipo saldrá goleado. Y más aún cuando en el rival juegan
delanteros tan oportunos como Soldado o Jonas.
No obstante, el
guardameta magiar ha dejado buenas sensaciones en la temporada de su
debut en la Champions League. Pese a estar acostumbrado a jugar en
ligas europeas menores (tan sólo ha jugado en las ligas húngara, serbia
y belga), Koteles ha rallado a buen nivel y ha realizado dos grandes
actuaciones en esta edición de la máxima competición continental que le
han valido a su equipo para sumar dos puntos ante rivales de mucha
mayor entidad.
En la primera jornada, Koteles y su defensa
consiguieron desactivar a la misma línea ofensiva que ayer le hizo un
roto, y arrancaron un empate a cero que fue celebrado por la afición
como si de un título se tratara. El mismo éxtasis produjo el empate a
uno ante el Chelsea (los mismos “blues” le habían endosado cinco dos
semanas antes), en un choque en el que Koteles se volvió lucir e
incluso le detuvo un penalti a David Luiz. Ahora, al húngaro le queda
un último partido ante el Bayer 04 Leverkusen para limpiar la imagen de
su club, porque su honra, pese a las dos goleadas, está bien salvada.
Hasta hace poco, si un
nombre era sinónimo de récords en cuanto a longevidad en el fútbol
español, ese era Andoni Zubizarreta. El cancerbero alavés, además de
ser el internacional con más partidos en la selección fue el primer
futbolista en disputar más de 50.000 minutos en la primera división
española. En ese período, llegó a disputar cuatro Mundiales y dos
Eurocopas, y en su palmarés figuran 15 títulos (2 ligas, 1 Copa del Rey
y 1 Supercopa de España con el Athletic, y 6 ligas, 2 Copas del Rey, 1
Supercopa de España, 1 Copa de Europa, 1 Recopa y 1 Supercopa de Europa
con el Barcelona), además de un Trofeo Zamora. No obstante, su
despedida del fútbol no fue todo lo agradable que hubiera merecido
alguien con esos números.
No se trataba de un portero
mediático, ni sus acciones eran espectaculares. Sus principales
argumentos eran la sobriedad, la colocación y el dominio del juego
aéreo. Sin embargo, eran características que no vendían su imagen ni en
la prensa ni entre los aficionados. Y esa falta de consideración hacia
su trabajo fue clave para que no se le otorgara un trato justo a su
trayectoria en los dos momentos más críticos de su carrera.
El
18 de mayo de 1994, Zubizarreta jugaba su segunda final de la Copa de
Europa. Dos años antes, su equipo, el Barcelona, la había ganado en
Wembley, y se disponía a volver a hacerlo esta vez en Atenas frente al
Milan, en un partido en el que partía como favorito. El resultado final
fue nefasto. Los italianos pasaron por encima de los azulgrana y les
endosaron un doloroso 4-0. La primera víctima fue el propio Zubizarreta, al que a la mañana siguiente la directiva le comunicó que
no continuaría como portero culé. Era el inicio del desmantelamiento
del llamado “Dream Team”.
Pese a aquel duro golpe que le dio la
que había sido su casa durante ocho años, Zubizarreta continuó su
carrera en el Valencia y siguió contando con la confianza del
seleccionador Javier Clemente para liderar la portería nacional. Y fue
en sus últimos días con la selección en los que se consumó su retirada.
En el debut de la selección en el Mundial de Francia de 1998, España
cayó ante Nigeria por 3-2, y el tercer gol de las Águilas Verdes fue
obra del propio Zubizarreta en propia meta, al intentar atajar un
centro de Lawal. Esa derrota condicionó el devenir del equipo español
en la competición, de la que fue apeado en la primera fase, y también
el futuro profesional del guardameta vasco. Las críticas de periodistas
y aficionados se cebaron con él y, definitivamente, al acabar el
Mundial, decidió anunciar su retirada sin recibir la compasión ni el
reconocimiento de casi nadie. Una triste despedida para una brillante y
dilatada trayectoria.
Pese a
que el mérito del récord se ha enfocado principalmente en Víctor
Valdés, cabe recordar que para mantener esos números no sólo basta con
la actuación del guardameta. Si un sistema defensivo no está bien
engranado, un cancerbero, por muy buenas cualidades que tenga, no
conseguirá que su portería quede a cero, ya que en cada jugada en que
se enfrenta en solitario a un delantero suele partir en inferioridad de
condiciones. Hay que recordar que es el atacante quien lleva el balón y
sabe qué va a intentar hacer con él. Con ello, nunca hay que quitar
mérito al propio portero, porque siempre habrá situaciones que se le
escapen a la defensa en las que deberá ser suficientemente ágil e
inteligente para abortarlas.
En el caso del actual Barcelona,
además del propio Valdés, existen dos claves: la posesión del balón y
la posición en que éste se suele encontrar. El equipo de Guardiola
suele tener una posesión del esférico de entre un 65 y un 75 por
ciento. Este dato provoca que el rival, ya de por sí, tenga menos
posibilidades de atacar la portería que defiende Valdés. A su vez, la
forma de jugar del conjunto culé implica que el balón habitualmente
esté en campo contrario, en ataque. Además, en cuanto hay una pérdida,
sus jugadores lanzan una fuerte presión que les permite recuperarlo
fácilmente y en zonas de peligro. Y aún en caso de no robar rápido, hay
una distancia considerable hasta su área para o bien cortar la jugada o
achicar a los delanteros rivales.
No obstante, siempre puede
haber alguna jugada en la que todo ello falle, que son pocas, o a balón
parado, en las que Valdés ha venido demostrando su poderío durante los
últimos ocho partidos para contribuir, esta vez sí con protagonismo, a
la consecución de una nueva marca.
Habitualmente el portero tiene
ventaja en estas jugadas, ya que cuenta con la posibilidad de alzarse
sobre el resto con las manos. Sin embargo, ante la marabunta de
jugadores que se encuentran a su alrededor, cualquier pequeño tropezón
puede resultar fatal para sus intereses. Es más, muchos equipos colocan
a un jugador junto al guardameta para obstaculizarle sin que ello sea
considerado falta. Además, a veces el balón es lanzado al primer palo o
pasado al segundo, donde el portero no puede llegar, y se suele
propiciar una segunda jugada que le puede descolocar de su posición.
Ante todo ello, si se consigue un buen dominio de esta parcela, se le
otorga una confianza enorme a sus defensas, que deben luchar en el
salto de tú a tú con sus contrincantes. Y este tipo de jugadas con
balones aéreos colgados al área no se dan sólo en los córners, sino
también en cualquier falta lateral o incluso frontal. Incluso en el
tradicional fútbol británico, mandar un balón “a la olla” era un
recurso muy manido del que trataban de sacar rendimiento aquellos
conjuntos menos dotados técnicamente.
Para poder solventarlos
con acierto son necesarias, sobre todo, dos condiciones: la colocación
y el desparpajo. Si se mantiene una buena colocación ante el primer
lanzamiento, el portero tendrá una mayor posibilidad de alcanzar el
balón. Mientras tanto, el desparpajo y la confianza son imprescindibles
para salir y alzarse a por el esférico entre todos los futbolistas que
permanecen en el área esperándolo. Asimismo, la altura y la potencia de
salto también ayudan, pero no llegan a ser determinantes, puesto que
cualquier guardameta con las manos alzadas debe llegar en su salto más
alto que un rival, que sólo puede golpear el balón con la cabeza.
No
obstante, la teoría es muy fácil decirla, pero en la práctica resulta
mucho más difícil aplicarla. Cada balón que se cuelga en el área es un
mundo, y si no que le pregunten a cualquier portero profesional. Una
buena muestra es que pocos porteros en el mundo consiguen dominar con
contundencia esta faceta del juego.
El
pasado martes esa desgracia la sufrió Diego López, el portero del
Villarreal, con un tanto que deja a su equipo al borde de la
eliminación en la Liga de Campeones. Hasta ese momento, el madrileño
había realizado una actuación sublime. Sus reflejos y su seguridad
habían hipnotizado a los jugadores del Manchester City, y habían
conseguido mantener en tablas el marcador, que aún dejaba con
suficiente vida a los suyos de cara a los próximos partidos de la
liguilla. En el minuto 91 parecía que podía llegar ese momento fatal.
Zabaleta, lateral del City, remataba de cabeza a bocajarro, dentro del
área, pero la figura de Diego López emergió una vez más para atrapar el
balón. Y todo ello pese a la velocidad de la jugada y el agua de la
lluvia que mojaba un balón ya resbaladizo. Pero un minuto más tarde,
llegó la fatídica jugada: el propio Zabaleta avanzó por la banda
derecha para colocar un centro raso al área que Silva tocaba de tacón
lo justo para que el Kun Agüero lo remachara a la red. La derrota se
consumaba sin tiempo para más.
Las cámaras enfocaron la
celebración eufórica de los jugadores del City, pero siempre se olvidan
del otro protagonista, el portero, que no había podido evitar la
derrota. Diego López permanecía asolado tras ver que todo su trabajo
sólo había servido para nadar hasta morir en la orilla. Posiblemente,
la peor sensación que le puede quedar a un guardameta.
El actual portero del Sevilla, ya pasada la edad de
juvenil, tuvo que iniciar su carrera en el Nervión en primera regional,
y con 21 años aún estaba jugando en regional preferente con el San
José. A estas edades, los futbolistas que no han destacado ya,
difícilmente llegan a la elite. Por eso, el caso de Varas es tan
sorprendente.
Su proyección dio un vuelco cuando el Sevilla FC
se fijó en él en 2004. El primer año fue cedido a un conjunto de
segunda B, el Alcalá, donde siguió poniendo una piedra detrás de otra,
con la esperanza de algún día llegar al primer nivel. Tan sólo una
temporada después ya pudo vestir la camiseta sevillista, pero la del
filial, también en segunda B. Además, con el Sevilla Atlético consiguió
el ascenso a segunda división en la temporada 2006/07, siendo el
cancerbero el protagonista en la tanda de penaltis clave ante el
Pontevedra. En cuatro años, había pasado de competir en primera
regional a hacerlo en la categoría de plata del fútbol español. El muro
de Javi Varas ya iba cogiendo forma y Manolo Jiménez, que había sido su
entrenador en el filial, le dio la oportunidad de compartir la portería
del primer equipo con Andrés Palop, posiblemente el portero que mejor
rendimiento le ha dado al Sevilla en toda su historia.
Después
de dos temporadas en la suplencia, con actuaciones esporádicas por
lesiones o sanciones de Palop, el curso pasado Gregorio Manzano le dio
la alternativa a Varas, que cumplió a la perfección, sin que el nivel
del equipo en su posición se resintiera, pese a la alargada sombra del
valenciano. Y para rematar su progresión, este año, el nuevo técnico,
Marcelino, le ha refrendado en su puesto. El cancerbero sevillano ha
respondido a esta confianza de la mejor manera. Ahora mismo es el
portero menos goleado y está a punto de finalizar en su portería un
muro casi infranqueable para sus rivales con sus rápidos reflejos. El
pasado domingo sin ir más lejos, mantuvo la portería a cero en el
Vicente Calderón ante el Atlético de Madrid, y sacó un balón
espectacular con la punta del pie a Falcao, que habría podido suponer
la derrota de los suyos.
Varas lleva ahora mismo 379 minutos
sin encajar un tanto. Si en el próximo partido ante el Sporting de
Gijón dejara la portería a cero, ya se convertiría en el segundo
cancerbero que más tiempo ha estado imbatido en el Sevilla, superando a
Unzué, Paco, Notario y Buyo. La hazaña sería aún más grande si
aguantara 41 minutos más ante el todopoderoso Barcelona de Pep
Guardiola, pues conseguiría el récord en la historia de su club,
adelantando a todo un mito al que ha relegado a la suplencia, Palop.
Sería un precioso broche final a ese muro que lleva construyendo a
partir de las piedras de aquellos campos de la regional andaluza.
El
objetivo principal en el fútbol es conseguir el gol, es decir, batir al
portero contrario. Para ello, en primer lugar hay que llegar con
peligro a la portería rival, ya sea con una jugada elaborada, un
disparo lejano o por un error del contrario. Pero todo ello no sirve de
nada si no se acaba transformando en gol y éste sube al marcador. Si el
balón no logra rebasar la línea de gol todo queda en agua de borrajas,
y el resultado seguirá siendo el mismo. Por tanto, el trabajo habrá
sido en vano.
Es ahí donde juega el papel del portero. Si con
su preparación, habilidad y técnica logra sellar su portería a cero,
por muchos acercamientos que haya obtenido el rival, habrá hecho los
méritos adecuados para estar imbatido y, por lo menos, conseguir un
empate para los suyos. Los jugadores del equipo rival habrán merecido
crear ocasiones, pero no el gol que les otorgue algo positivo, porque
en el momento clave habrán fallado ante la portería rival. Es decir, su
actuación no habrá sido lo suficientemente meritoria para conseguir el
objetivo del fútbol, el gol, por muy bonita que haya sido la jugada.
Por
lo tanto, esa labor del portero resulta esencial para administrar la
justicia futbolística, que más allá de los tópicos, reside únicamente
en el gol. Así, los resultados finales de los partidos acaban siendo el
reflejo más justo de lo ocurrido en su transcurso, porque los goles son
el indicador más adecuado de la justicia en el fútbol. Por muchas
ocasiones que se hagan, si no se concretan en un tanto no sirven de
nada, y no serán mérito suficiente para ganar. Y los porteros, que
tratan de evitarlos, también juegan, y son parte muy importante en esta
sutil manera de administrar justicia deportiva.
Según las declaraciones, el
técnico del Real Madrid argumentaba que un portero se encuentra en un
área muy delimitada del terreno de juego y no puede ejercer la presión
necesaria al árbitro. Pero... ¿es esa labor de un capitán? ¿Presionar
al árbitro? El brazalete lo debe llevar el líder del equipo, el jugador
que con su carisma consiga arrastrar a todos sus compañeros hacia el
objetivo planteado, aquel que con sólo una mirada transmita confianza a
sus compañeros en todas sus decisiones, el que con su imagen y su forma
de actuar represente a su club. Y los buenos porteros, precisamente,
suelen reunir esas condiciones.
PD: En la liga española sólo
dos guardametas son los primeros capitanes de sus equipos (Casillas en
el Real Madrid y Palop en el Sevilla), pero otros siete forman parte de
los elegidos para llevar el brazalete en algún momento de la temporada
en su club (Valdés en el Barcelona, Guaita en el Valencia, Ricardo en
el Osasuna, Bravo en la Real Sociedad, Ustari en el Getafe, Cobeño en
el Rayo Vallecano y Cristian Álvarez en el Espanyol).
Los guardametas no
están obligados a realizar el mismo desgaste físico que los jugadores
de campo, así que el cansancio no es buena excusa para rotarlos. La
única base para turnarlos es la confianza, pero puede ser un arma de
doble filo. Hasta el momento, la mayoría de entrenadores solía otorgar
los partidos de la copa doméstica a los porteros suplentes para que se
mantuvieran activos, se siguieran sintiendo parte del equipo y pudieran
estar preparados para una eventual sustitución del cancerbero titular
por motivos mayores. Pero Unai Emery, técnico del Valencia, ha dado un
paso más. Pese a haber contado en Liga con Guaita como titular, en la
Liga de Campeones (la competición más importante en el panorama
internacional) alineó de inicio a Diego Alves… para unos días más
tarde, volver a contar con Guaita ante el Sporting en Liga.
La
justificación de Emery se basa en el buen trabajo y rendimiento de
ambos, que le permite otorgarle la confianza a los dos para jugar
cualquier partido. De esta manera, dándole un partido de Liga de
Campeones a Alves le demuestra que cuenta con él incluso para los
partidos más importantes. Es decir, la rotación supondría un mensaje de
confianza.
Pero a su vez, también puede suponer un mensaje de
inestabilidad. La portería es una posición muy específica que suele
implicar un liderazgo y una confianza única, a sabiendas de que un
simple fallo puede costar un partido entero. El hecho de alternar a los
dos porteros puede provocar que uno de los dos considere que al mínimo
error tendrá muchas dificultades para volver a jugar, lo cual no ayuda
en la toma de decisiones ni en la acumulación de confianza.
En
un principio parece que a Emery le ha salido bien la jugada, puesto que
tanto Alves como Guaita rayaron a un nivel exquisito y mantuvieron sus
porterías a cero ante el Genk y el Sporting respectivamente, con
algunas intervenciones de mérito. Pero, ¿mantendrá Emery su apuesta por
Alves en Liga de Campeones ante el Chelsea, un rival de gran entidad,
en la próxima jornada?
Después
de una cesión al Recreativo de Huelva y de comenzar una campaña como
tercer portero, el cancerbero de la cantera de Mestalla tuvo que
esperar a una doble lesión de César y Moyá para tener esa oportunidad
tan deseada por los porteros. Y la ganó con intervenciones
espectaculares en algunos de los estadios más importantes del mundo
como el Santiago Bernabéu u Old Trafford. Y pese a que César volvió a
ser titular cuando se recuperó, Guaita tuvo la suficiente constancia
para recuperar ese lugar en la alineación que ya se había ganado.
Antes
de su irrupción, el Valencia ya había decidido fichar a un nuevo
portero, Diego Alves. El brasileño, al que ya había tenido bajo su
disciplina Unai Emery en el Almería, ya llevaba una buena trayectoria
en primera división con el conjunto rojiblanco, en la que destacaba
sobre todo un gran acierto en los penaltis parados y la
espectacularidad de sus reflejos. Se vislumbraba así una gran duda:
¿quién sería el titular? ¿Guaita o Alves? ¿La continuidad de la
revelación de la temporada pasada o la nueva apuesta de la secretaría
técnica che?
En las dos primeras jornadas de liga, Emery ha
decidido ser continuista, y darle el protagonismo a Guaita. Pero tras
la primera jornada y los tres goles del Racing, las dudas estaban ahí.
Guaita las borró de un plumazo con dos intervenciones de gran nivel que
fueron claves para amarrar los tres puntos. En la primera parte Tiago
asistió por encima de la defensa al más puro estilo Laudrup a Adrián,
el joven delantero enganchó una volea muy cercana a la portería que
parecía que acabaría en gol, pero Guaita achicó el espacio, intuyó que
el golpeo iría a su derecha y sacó una mano excelente que evitó el
tanto. Habría sido el 0-1 que dejaría las cosas muy difíciles a los
suyos. Ya en la segunda parte, en el arrebato final de los rojiblancos
por sacar un empate de Mestalla, un balón largo le llegaba a Arda Turan
por el costado izquierdo de la portería valencianista, Guaita dio un
paso a la derecha a la espera de un pase de la muerte para Falcao, pero
el turco le sorprendió disparando raso al primer palo. La respuesta
felina en rectificado de Guaita fue soberbia. El gol habría supuesto el
empate a falta de tan sólo siete minutos para el final.
Esas
dos magníficas intervenciones de Guaita le valieron no sólo para
reafirmar su titularidad en el Valencia CF, sino también para dar valor
al gol de Soldado y conseguir una victoria que mantiene a su equipo
como colíder de la liga española.
Jehle es toda una referencia en su
selección. Y, además, una de las claves de sus “éxitos”. Hay que tener
en cuenta que para un país tan pequeño, el simple hecho de puntuar o
incluso no ser goleado ya se puede considerar como un éxito. Es más,
Jehle ya debutó con cierta estrella. Su debut supuso la primera
victoria en partido oficial de la selección liechtenstení. Fue en 1998,
en la fase de clasificación para la Eurocopa de Holanda y Bélgica del
2000, con una victoria ante Azerbaiyán por 2-1.
Pese a los seis
goles encajados ante España el pasado martes, la dinámica de
Liechtenstein en los últimos dos años es loable. Tan sólo ha sido
goleada por la selección española, campeona del mundo, que le endosó
cuatro y seis goles; pero ante la República Checa sólo encajó dos,
Escocia le ganó en el último minuto por 2-1, y a Lituania consiguieron
ganarle 2-0 y empatarle a cero fuera de casa, sin recibir ningún gol en
ninguno de los dos encuentros.
De la mano del seleccionador
Hans-Peter Zaugg y la experiencia de Jehle, Liechtenstein ha conseguido
una estabilidad defensiva que le ha permitido reducir en gran medida
las diferencias con sus rivales. Las goleadas de selecciones mediocres, como Macedonia que le ganó 1-11 en 1998, ya son historia. Y
en buena medida se debe al buen hacer de Peter Jehle, tanto por su
habilidad bajo palos, como, sobre todo, en la experiencia ganada para
ordenar a sus defensores.
Era el 17 de
mayo de 2006, y el Barcelona, dirigido por Rijkaard, estaba dispuesto a
culminar una temporada extraordinaria en la que ya se había hecho con
el título de Liga. Era el germen del actual Barça de Guardiola. El
rival era un conjunto novel en finales de la Copa de Europa, el Arsenal
inglés, pero que contenía un gran número de estrellas con Henry, Pires
y Ashley Cole a la cabeza, y con un jovencísimo jugador que habían
sacado de la cantera del Barça y que estaba dando mucho que hablar por
sus extraordinarias actuaciones: Cesc Fàbregas. En el conjunto
azulgrana, con Messi en el dique seco y Xavi recién recuperado de una
larga lesión, Ronaldinho, Deco y Eto’o parecían destinados a ser los
protagonistas de la segunda Copa de Europa de la historia de Can Barça.
Pero el destino había preparado que los jugadores decisivos
fueran dos de los más cuestionados durante la temporada por la afición:
Valdés y Belletti. El lateral brasileño será recordado como el autor
del gol que le dio el trofeo a su equipo cuando tan sólo faltaban diez
minutos para el final. Hasta ese momento, había sido Valdés quien
mantuvo con vida a los suyos. Al poco de comenzar, rechazó un mano a
mano con Henry. Y con el 0-1 en contra en el marcador se anticipó de
nuevo al francés en una contra del Arsenal, y salvó de la sentencia a
su equipo en dos disparos de Ljungberg y el propio Henry. A partir de
ahí, los goles de Eto’o y Belletti permitieron levantar la “orejona” a
Carles Puyol.
De este modo, el portero nacido en l’Hospitalet
de Llobregat, hasta el momento a la sombra siempre de su homólogo del
máximo rival, Iker Casillas, se ganó el respeto de sus aficionados.
Poco a poco, en los años siguientes, siguió creciendo hasta ser
internacional e imprescindible en los éxitos de su equipo. No es de
extrañar que sean ya muchos los que consideren que está al mismo nivel
que Casillas.
Ese primer balón, en muchas ocasiones, es
clave. Es una acción que puede marcar el partido del cancerbero. Si lo
atrapa o realiza una buena intervención, su confianza aumentará en
grandes dimensiones y le ayudará a realizar una buena actuación. Si se
le escapa, pero no acaba en gol, se pueden alimentar las dudas en su
cabeza y dar pie a nuevos errores posteriores. Si además de errar, el
balón acaba en las mallas, no sólo crecerán las dudas sino que su
equipo se verá con un marcador en contra que le obligará a tomar más
riesgos.
Por ello es tan importante la fortaleza mental y la
concentración del guardameta. Para que un simple error no pueda
comprometer su quehacer durante el resto del partido. Toño, el sábado,
pese a la derrota en los minutos finales, demostró tener esa actitud, y
acabó superando el error inicial para realizar una buena actuación que
puso contra las cuerdas al Valencia CF.
Fue allí donde Trautmann empezó
a jugar a fútbol, de mediocampista. Hasta que un día se lesionó y pidió
jugar de portero. Empezó a destacar como guardameta. Tal vez, todo lo
aprendido como paracaidista le ayudaba. Su profesión militar le había
obligado a mantener una gran agilidad, una capacidad de decisión
instantánea y grandes dosis de concentración. Además, ¿en qué posición
del terreno de juego podría emplear mejor sus saltos? En aquellos
momentos también se vivía cierto grado de apertura en Ashton. Las
autoridades británicas intentaban reinsertar a los prisioneros con un
programa de reeducación, una especie de “desnazificación”.
Una
vez terminó el período de prisionero, Trautmann decidió quedarse en Inglaterra
para continuar con su vida allí, y siguió jugando al fútbol. Fichó por
un equipo de segunda división, el Saint Helens Town. Destacó tanto, que
numerosos conjuntos de primera querían ficharlo… y el que se lo llevó
fue el Manchester City. De pronto, saltó al primer nivel y, por
supuesto, que hubiera sido un soldado nazi no le facilitaba las cosas.
Al principio fue vejado e insultado, hasta por los hinchas de su
equipo: “sanguinario nazi”, “criminal” o “Heil Hitler” eran algunas de
las lindezas que le recordaban. No obstante, los estadios prácticamente
se llenaban por la curiosidad de ver a aquel “prisionero nazi”.
Aguantó
con entereza los insultos, empezó a cuajar buenas actuaciones como
cancerbero y, poco a poco, se fue olvidando su pasado. Además, rehízo
su vida casándose con una mujer inglesa y amoldándose al estilo de vida
británico.
Pero el punto culminante de su carrera futbolística
lo vivió en 1956. El Manchester City logró llegar a la final de la FA
Cup, ante el Birmingham City. Su equipo ganaba 3-1, quedaban 15 minutos
y sufrió un duro impacto en su cabeza con Murphy, jugador rival. Pese
el dolor, Trautmann continuó en el campo y aún obró un par de intervenciones
magistrales. Más tarde explicó que sólo veía una neblina, y que las
hizo por intuición. El dolor era lógico, pues tenía una vértebra del
cuello rota y otras cuatro dislocadas. Y, pese a eso, terminó el
partido para darle la victoria a los suyos.
Ese mismo año, fue
nombrado mejor jugador de la temporada. Fue la primera vez que se le
daba tal mención a un futbolista extranjero. Todo un mito del fútbol
inglés, Bobby Charlton, señaló que era el mejor portero al que se había
enfrentado. Su trayectoria, mucho más tarde, tuvo un premio que era
inimaginable para quien había sido un soldado de la Alemania nazi: en
2004, la reina Isabel le nombró oficial del Imperio británico. Desde
luego, ya había sido perdonado.
La actuación de un guardameta depende de muchos
factores. Desde luego, las condiciones físicas son claves para rendir
bien. Si no está bien preparado físicamente, nunca podrá llegar a ese
balón escorado. Pero la cantidad de balones esquinados que le llegan a
un portero en un partido no son tantos. A eso, hay que unir una
preparación técnica que le hará ganar uno o dos metros más en su rango
de actuación en el marco de la portería, y que le permitirá abortar
todavía más opciones de gol. Estos aspectos se trabajan diariamente en
los entrenamientos, y prácticamente doy por hecho que todos los
profesionales lo hacen de manera adecuada. La diferencia la marcan
otras características menos palpables a primera vista: la concentración
y la confianza.
La concentración siempre permitirá al portero
gozar de la mejor colocación posible, y si es la adecuada cubrirá el
mayor espacio posible de la portería. Pero además, también le permitirá
anticiparse al delantero e impedir que este pueda disparar,
desbaratando así una posible ocasión de gol. Es decir, dificultará, en
primer lugar, que se produzca el chut del atacante y, en segunda
instancia, que este pueda ser certero. Un reflejo de esta concentración
se puede ver en las salidas de los guardametas, ya sean por alto o a
por un balón entre la defensa y ellos. En cada plano en que salía
Gabriel anoche se le veía concentrado. Como muestra un botón. En los
instantes finales de los primeros 90 minutos, en dos contrataques
españoles, estuvo tan atento que impidió los posibles remates de Rodri
y Canales anticipándose fuera del área con los pies. Haber esperado un
poco más atrás le habría dejado vendido.
Si a todo ello le
unimos una buena dosis de confianza, estamos ante la que va a ser una
magnífica actuación segura. Gabriel anoche la tenía. Fue casi
inexpugnable durante el encuentro. Pese a encajar dos goles, se
convirtió en la pesadilla de los atacantes españoles anticipándose al
peligro, rechazando varios mano a mano y siendo muy solvente en los
disparos de media distancia. Llegaron los penaltis y las cámaras lo
enfocaron. Ya se intuía. Hablaba con sus compañeros y aunque no lo
dijera con palabras, sus gestos sí lo delataban: “Tranquilos, que paro
más de uno”. Así fue: Gabriel paró los penaltis de Amat y Álvaro
Vázquez. Brasil se metió en semifinales. La confianza en sí mismo de
Gabriel fue clave.
Durante el último tramo de la temporada 2001-2002,
Iker Casillas perdió la titularidad en el conjunto merengue. Vicente
del Bosque le otorgó su confianza a César Sánchez, que pasó a defender
la portería madridista cuando su equipo se jugaba la liga, la Copa del
Rey y la Liga de Campeones, en el año del centenario del club blanco.
En la competición doméstica las cosas no les fueron bien, y quedaron
terceros en la liga, por detrás del Valencia y el Deportivo de la
Coruña, y perdieron la final de la Copa del Rey en el Santiago Bernabéu
ante el propio Deportivo, en el llamado “Centenariazo”. Pero en la Liga
de Campeones, la constelación de estrellas reunida por Florentino
Pérez, encabezada por Zidane, Figo y Raúl, avanzaba con paso firme y se
plantó en la final.
El estadio de Hampden Park, en Glasgow, era el escenario elegido
para que el Real Madrid y un sorprendente Bayer 04 Leverkusen se
disputaran el título más deseado de Europa. Ya en la segunda parte, con
2-1 en el marcador a favor de los blancos, César se da un golpe con
Lucio, defensa del Leverkusen, y se lesiona. En el minuto 67, Casillas,
que se recorta las mangas de su camiseta con unas tijeras justo antes
de salir, entra en el terreno de juego en el lugar de César. Durante
los últimos instantes del partido comienza un asedio por parte del
equipo alemán para lograr el empate que mandase la final a la prórroga,
pero Iker, con varias intervenciones de mucho mérito, evita el empate
en los que más tarde llamarían “los cinco minutos mágicos de Glasgow”.
Desde entonces, nunca perdió la titularidad en el Real Madrid.
Pero
ese mismo año 2002 el destino le guardaría otra sorpresa. José Antonio
Camacho le volvió a convocar con la selección española, esta vez para
el Mundial de Japón y Corea. Iría como suplente de Santiago Cañizares,
que mantenía un estado de forma envidiable. Durante la concentración
previa al torneo ocurrió una situación inesperada. En su habitación, a
Cañizares se le caía una botella de colonia en el pie, provocándole un
corte en un tendón. Este accidente privó al guardameta de Puertollano
de poder defender la portería de la selección y le abrió paso a
Casillas. Además, el de Móstoles cuajó una buena actuación, siendo
decisivo en la eliminatoria de octavos de final ante Irlanda, en la que
detuvo una pena máxima durante el partido y le dio el pase a cuartos a
su equipo en la posterior tanda de penaltis. A partir de ahí, la
portería de la selección es suya, habiendo batido el récord de
internacionalidades que pertenecía a otro cancerbero, Andoni
Zubizarreta.
Si todo
ello ocurre en la tanda de penaltis decisiva de la final de la Copa de
Europa, el momento puede ser brillante. Pero si, además, ocurre en los
cuatro lanzamientos de tu rival, es algo sublime. Eso hizo Helmut
Duckadam, el portero del Steaua Bucarest rumano en 1986, una actuación sublime. Detuvo todos los penaltis que le lanzaron los jugadores del FC
Barcelona, y le valió para conseguir el título más deseado del
continente.
Aquella final se jugaba en Sevilla, y el FC
Barcelona era el completo favorito. El conjunto catalán no había ganado
nunca el cetro continental, era una oportunidad de oro y la mayor parte
del estadio Ramón Sánchez Pizjuán estaba cubierta por aficionados
culés. El Steaua Bucarest parecía un simple invitado. Era un conjunto
de una liga menor, que se consideraba que había llegado hasta ahí por
una racha de resultados positivos ante equipos menores como el Vejle
danés, el Kispest Honved húngaro y el Lahti finés, y una buena
eliminatoria ante el Anderlecht belga. No obstante, contaba con
futbolistas que posteriormente recalaron en España como Belodedici
(Valencia, Valladolid, Villarreal), Lacatus (Oviedo) o Balint (Burgos),
y por supuesto, con la gran estrella de la noche, Duckadam.
Después
de un partido soporífero que acabó en empate a cero, se llegó a la tanda, fatídica para los catalanes. Urruti, el portero del Barcelona,
detuvo el primer lanzamiento de los rumanos, de Majaru. La grada rugió.
Los blaugrana se las prometían muy felices, se veían casi campeones.
Pero Duckadam, en el siguiente lanzamiento de Alexanco, le adivinó su
intención, y rechazó su disparo a su derecha y a media altura. Urruti
paró también el segundo penalti del Steaua, a Boloni. Parecía que la
final era del Barça. Y apareció de nuevo Duckadam, que por el mismo
costado se lo paró a Pedraza. A partir de ahí el estadio quedó en
silencio. Lacatus reventó el balón para adelantar al Steaua, y
Duckadam, casi de manera idéntica que en los otros dos penaltis,
también se lo paró a Pichi Alonso. Urruti no pudo seguir el ritmo, y
Balint hizo el dos a cero. Si Duckadam obraba la proeza de detener el
cuarto del Barcelona, la Copa de Europa marcharía por primera vez (y
hasta ahora la única) a la tierra de Drácula. Lanzó Marcos, al lado
contrario que sus tres compañeros, pero hasta allí también llegaba
Duckadam. Los gritos de alborozo de los jugadores rumanos y, sobre
todo, de su portero, rompían el silencio de la grada y destrozaban el
sueño de los miles de barcelonistas desplazados hasta Sevilla.
Fue
la noche de gloria de Duckadam, que no pudo continuar sus éxitos. Unas
extrañas circunstancias privaron al portero de continuar creciendo en
su carrera, con tan sólo 27 años. La versión oficial habla de una
trombosis en su brazo derecho que le apartó momentáneamente del fútbol.
La extraoficial cuenta que el hijo del dictador Ceaucescu mandó destrozarle
los dedos de ambas manos por no querer entregarle el Mercedes que
presuntamente le había regalado el presidente del Real Madrid, Ramón
Mendoza, por impedir al FC Barcelona ser el campeón de Europa. Pero
nunca le pudieron robar la gloria de aquella noche sevillana del 7 de
mayo de 1986.
Jesús Castro era el hermano de Quini, gran goleador de
los años 70 y 80 en el Sporting de Gijón, el FC Barcelona y la
selección española. Llegó a disputar 13 temporadas en Primera División como cancerbero del Sporting,
fue dos veces subcampeón de Copa y estuvo a punto de ser campeón de
liga con el equipo asturiano. Pero el partido más importante de su vida
le llegó mucho más tarde.
Nueve años después de retirarse, el
26 de julio de 1993, Jesús disfrutaba de un día plácido con su familia
en la playa de Pechón, en Cantabria. Desde la orilla, divisó los
aspavientos de varios brazos en el agua. Vio que alguien corría peligro
y no lo dudó un instante, acudió en su búsqueda. Se trataba de un niño
inglés al que la corriente le había sorprendido. Consiguió salvarle la
vida. Pero su heroicidad pagó un precio muy alto. Mientras se
completaba la operación de rescate del pequeño, él seguía en el agua.
Nadie se dio cuenta de que estaba agotado, y el mar acabó llevándose su
vida por delante, a sus 42 años.
Ahora, 18 veranos después de
aquella hazaña, un joven británico puede disfrutar de su juventud
gracias a la valentía de Jesús Castro, que acabó dando su vida por la
de un desconocido. Aquella sí fue una gesta digna de quedar en los
anales de la historia del fútbol. Descanse en paz.
Por aquel entonces, Higuita,
con 23 años tan solo, destacaba en el fútbol sudamericano. Con él en la
portería, el Atlético Nacional había logrado en 1989 la primera Copa
Libertadores para un equipo colombiano. Es más, la ganó en los
penaltis, con Higuita de protagonista. La temporada siguiente, en la
Copa Intercontinental, obró una actuación prodigiosa manteniendo a su
equipo con vida hasta el último minuto de la prórroga ante el
todopoderoso Milan de Arrigo Sacchi, que le hizo abrir los ojos a los
equipos europeos. Sin embargo, sus buenas actuaciones bajo palos tenían
un pero muy grande: sus excentricidades. Era tan capaz de parar una
pena máxima decisiva como de salir fuera del área con el balón en los
pies e intentar regatear a un rival. En ocasiones, era una habilidad
para salir con el balón jugado desde atrás; en otras, una temeridad que
podía tener resultados funestos.
Aquella cita en el estadio de
San Paolo de Nápoles era una oportunidad histórica para Colombia. Pero
el orden defensivo camerunés consiguió maniatar a una selección que
contaba con jugadores talentosos como Valderrama, Freddy Rincón o
Leonel Álvarez. Llegó la segunda parte de la prórroga y Camerún ya
ganaba por uno a cero. Entonces, en el minuto tres, llegó la jugada
maldita. Higuita y el defensa Perea iniciaban la jugada fuera del área.
El veterano delantero Roger Milla se acercó a presionar a Perea, éste
le pasó el balón a Higuita, que intentó regatear al camerunés para
seguir con el control del esférico. Pero esta vez no lo consiguió.
Milla le robó el balón y marcó el segundo en su cuenta particular que
prácticamente sentenciaba el encuentro. Los colombianos aún recortaron
distancias con un gol de Redín, que sólo sirvió para estigmatizar aún
más el fallo de Higuita, puesto que sin él habrían conseguido empatar.
Su
seleccionador Pacho Maturana lo defendió y le siguió otorgando su
confianza. Pero esa temeridad provocó que ningún grande europeo se
fijara en él, en un tiempo en el que las plazas de extranjeros en las
plantillas europeas estaban muy limitadas. Fichó por el Valladolid,
pero sus actuaciones no fueron afortunadas y volvió a su país a mitad
de temporada.
Aquella jugada fue un reflejo evidente de que no
era un portero convencional. Sus excentricidades se sucedieron durante
el resto de su carrera. Reconoció que mantenía una relación de amistad
con el narcotraficante Pablo Escobar y le visitó en la cárcel. Estuvo
más de seis meses entre rejas por mediar en la liberación de un
secuestro, perdiéndose así el Mundial de Estados Unidos de 1994. Dio
positivo en un control de dopaje por cocaína. Participó en un reality
show en la televisión de su país. Y recientemente dijo que se
presentaría a la alcaldía de Guarne, donde reside.
Pero para
los románticos futboleros, dos detalles. Es el tercer cancerbero que
más goles ha marcado en la historia en partidos oficiales, con 44. Y,
por supuesto, la que para muchos es la jugada más espectacular
de la historia: la parada del “escorpión”, en Wembley en un amistoso
ante Inglaterra. Un detalle nimio, el propio Higuita reconoció tiempo
más tarde que pensaba que la jugada estaba anulada por fuera de juego.
Tal vez, aquel día no quería ser tan temerario.